HISTORIA DE TRUJILLO
La Historia de Trujillo es el resultado
de generaciones, pueblos diversos, sentimientos encontrados
que a lo largo del tiempo han construido una realidad en un amplio
territorio en el que esta ciudad se erigió como núcleo principal y
centro rector.
La
naturaleza de ese territorio es fundamental para entender la
elección de dicho enclave como asentamiento ya en tiempos prehistóricos.
Los restos arqueológicos hablan de una ocupación temprana de esta zona.
Puntas de flechas magdalenienses, perforadores, hachas pulimentadas y
pinturas esquemáticas, algunas incluso en el propio berrocal, nos hablan
de la presencia humana en épocas prehistóricas, aunque no supongan
pruebas indiscutibles de la ocupación permanente de este núcleo. Las
condiciones inmejorables que algunos enclaves cercanos ofrecen para la
defensa debido al encajamiento de la red hidrográfica, hace que
encontremos en zonas del cercano río Almonte y de algunos de sus
afluentes una gran concentración de asentamientos denominados castros,
situados en auténticas fortalezas naturales. El batolitito granítico de
Trujillo, más abierto y romo, constituye sin embargo un otero
privilegiado cuando se trata de dominar un territorio de mayor amplitud.
Además de abundante material de construcción, atesora una importante
cantidad de agua que hace posible el establecimiento de población y en
sus vaguadas, junto a los manantíos, la vivacidad de las plantas
herbáceas resulta clave para el aprovisionamiento del ganado.
PALACIO JUAN PIZARRO DE ORELLANA |
Quizás
sea durante la ocupación romana cuando Trujillo prevalece sobre otros
asentamientos de su entorno, desconociendo su función dentro de la
estructura militar y administrativa de la provincia lusitana en la que
se enmarca. Algunos estudios sitúan a Trujillo dentro de la colonia
Emerita como praefectura, y aparece, con el nombre de Turgalium o
Turcalion, en la calzada que une Emerita con Caesaraugusta. Son
numerosos los restos romanos presentes en el entorno trujillano y en los
núcleos cercanos (Villamesías, Santa Cruz, Herguijuela...) que
conformarán su territorio, lo que nos indicaría un grado de poblamiento
que tendrá su continuidad en época visigoda y en los siglos posteriores.
A
partir de la ocupación musulmana, el carácter defensivo de Trujillo se
hace más patente. En época califal se construye una gran parte de la
fortaleza, los aljibes que en su interior y en la ciudad intramuros
encontramos hoy, y quizás también una parte importante de su muralla.
Junto
a los restos arqueológicos, las fuentes árabes nos hablan también de
esta pervivencia del núcleo trujillano y de las características
defensivas que hacen de él un enclave a tener en cuenta en el dominio de
la penillanura. Perteneciente a la cora de Mérida,
la medina Turyila (en otros momentos Taryalah o Turyaluh) es calificada
por al-Himyari, recogiendo fuentes anteriores, como inexpugnable, con
murallas y mercados activos. También sus habitantes parecen tener en la
actividad militar contra los territorios cristianos una de sus
orientaciones principales. El geógrafo al-Idrisi, al referirse a
Trujillo, nos dice que «esta última villa es grande y parece una
fortaleza. Sus muros están sólidamente construidos y hay bazares bien
provistos. Sus habitantes, tanto jinetes como infantes, hacen continuas
incursiones en el país de los cristianos. Ordinariamente viven del
merodeo y se valen de ardides».
IGLESIA DE SANTA MARIA LA MAYOR |
Su
control, junto con el de otras fortalezas cercanas, será considerado
esencial a medida que la frontera se acerque al Tajo, y así, Trujillo
pasará a poder cristiano y musulmán en diversos momentos (tomada por
Gerardo Sempavor en 1165, dominada por Fernando Rodríguez de Castro
hasta la incorporación a Castilla, por Alfonso VIII, en 1185, y
recuperada por los almohades en 1196). Reconquistadas por Alfonso IX de
León las villas de Cáceres, Montánchez, Mérida y Badajoz,
permanece en poder musulmán una franja en la mitad de la Extremadura
actual, franja en la que se sitúa Trujillo y la tierra que
posteriormente le sería concedida.
El
paso definitivo a poder cristiano tiene lugar en 1232, con la
confluencia ante los muros trujillanos de tropas de las órdenes
Militares de Alcántara, Santiago, el Temple y Hospitalarios, a los que
se sumó el obispo de Plasencia, que reafirma con su presencia sus
derechos a una ciudad englobada en la diócesis placentina según su Bula
de creación (1189), con amplios territorios y, por tanto, con
importantes ingresos para las arcas obispales.
Tras
el definitivo paso a poder cristiano, se define el territorio concedido
a Trujillo y sobre el que ejercerá su señorío. Un amplio alfoz
delimitado al norte y noroeste por el río Almonte, al sur por el
Guadiana y el Gargáligas, mientras que por el este, el río Tamuja marca
los límites con las tierras cacereñas. Plasencia, Cáceres, las Órdenes
militares de Santiago y Alcántara, Medellín y las tierras de Toledo y
Talavera conforman las jurisdicciones vecinas de Trujillo, con las que
pronto establecerá cartas de vecindad o amojonamiento de límites.
Sobre
este enorme territorio, que incluye un importante número de núcleos más
o menos poblados, Trujillo va a ejercer un señorío jurisdiccional en
ocasiones férreo y siempre favorecedor para la propia ciudad y sus
habitantes, frente a los intereses del término y sus pobladores. En
1485, veintidós son las aldeas dependientes de Trujillo, a las que hay
que sumar algunos núcleos menores. De su tierra se habían desgajado ya
parte de los términos concedidos al Monasterio de Guadalupe y las villas de Cabañas, Orellana la Vieja y Orellana de la Sierra.
El
reparto de tierras sigue a la ocupación del territorio y configura la
consiguiente estructura de la propiedad, que no sufrirá importantes
cambios en los siglos siguientes. Surge así un grupo de grandes
propietarios que, habiendo participado o no en la toma de Trujillo,
serán los principales beneficiarios de concesiones territoriales en el
término, al mismo tiempo que se configura y consolida un importante
patrimonio territorial del propio concejo, constituido por tierras
comunales y de propios, tierras esenciales para las economías campesinas
de los habitantes del término y de la propia ciudad y fuente esencial
de los ingresos concejiles.
El
arrendamiento de las dehesas de propios, las llamadas "caballerías",
suponen la base esencial de las rentas del concejo, empleadas en obras
públicas, mantenimiento de la infraestructura administrativa del concejo
y servicios asistenciales a los habitantes de Trujillo. Con ellas se
cubren los salarios de aquellos oficios necesarios en la ciudad o se
subvencionan determinados productos de consumo esencial con precios
asequibles. La ciudad se encuentra así dotada de unos servicios que le
confieren una entidad que en otros concejos ha de ser costeada por sus
habitantes.
Por
ello Trujillo crece y desborda el recinto amurallado ya desde el siglo
XIV. El crecimiento del arrabal en torno a la iglesia de San Martín
marca el principio de un basculamiento del peso económico e
institucional desde la villa amurallada a la plaza llamada entonces del
arrabal, en la que, al menos desde 1418, se sitúan ya las casas del
concejo.
Los
ricos ingresos de la hacienda concejil permiten reparar los muros,
mantener las fuentes, aljibes y alberca, adornar con ricas puertas los
cuatro principales accesos al recinto amurallado (las puertas de
Santiago, Santa Cruz -hoy San Andrés-, Fernán Ruiz -hoy del Triunfo- y
San Juan, que junto a las de Coria y Alba permitían el acceso a la
villa), empedrar las calles, ayudar en la construcción de los conventos y
monasterios que aparecen en la ciudad, pagar los festejos que a lo
largo del año o con motivos especiales alegran la vida de los
trujillanos y acudir en ayuda de la Corona cada vez que reclame el apoyo
de Trujillo.
Porque
desde 1232, Trujillo pasa a depender directamente de la Corona como
concejo de realengo, situación que asegura la concesión a la entonces
villa del Fuero Real por Alfonso X. Villa de realengo primero y ciudad
de la Corona después, a partir de la concesión en 1430 de este título
por parte de Juan II y que permanecerá como posesión de la Corona a
pesar de algunos intentos de señorialización (concesión a Álvaro de
Zúñiga en 1469 y a Juan Pacheco en 1474).
MUSEO DE LA CORIA |
Una
villa y ciudad cuyo gobierno aparece controlado desde su reconquista
por unos grupos que suman este poder político al económico como grandes
propietarios de tierras y ganados. Las familias que componen esta
oligarquía aparecen organizadas en torno a tres linajes en los que se
integran por razones de parentesco, clientelismo o simple tradición:
Altamirano (donde se integran, entre otros, los Orellana -señores de
Orellana la Vieja-, Chaves, Hinojosa, Calderón, Paredes, Gironda, Monroy
o Sotomayor), Bejarano (con apellidos como Orellana -señores de
Orellana de la sierra-, Vargas, Carvajal o Loaysa) y Añasco (con Tapia,
Escobar, Pizarro o Corajo). En sus manos está el gobierno del concejo
cuyos cargos se renuevan cada dos años el día de San Andrés,
correspondiendo la mitad de los cargos concejiles a familias Altamirano,
la cuarta parte a los Bejarano y la cuarta parte a los Añasco. Esta
división en linajes suponía una división vertical que acaba organizando
la totalidad de la sociedad medieval de Trujillo, integrando en ella a
los miembros de las dos minorías religiosas presentes en la ciudad,
judíos y moros, y tejiendo una complicada red de relaciones que se ponen
de manifiesto en aquellos momentos críticos en que es necesario tomar
partido -como sucede durante la guerra civil que enfrenta a los
partidarios de Juana la Beltraneja e Isabel- o cuando se reclama la
solidaridad de todo el linaje por enfrentamientos personales.
Pero
en la vida diaria de la mayor parte de los habitantes de la ciudad, el
trabajo es la ocupación fundamental y con él hacen de Trujillo un núcleo
en ebullición en el que el mercado franco de los jueves (concedido por
Enrique IV en 1465) se convierte en el centro económico del núcleo y de
su entorno, tradición mantenida en el tiempo hasta nuestros días.
La
entrada en el periodo moderno supuso para Trujillo un tiempo brillante
de dinamismo y prosperidad. Durante la primera mitad del siglo XVI y
gran parte de la segunda, la población aumentó considerablemente,
incidiendo aún más en el aspecto urbano de la ciudad. Las fuentes
señalan algo más de 5.000 habitantes durante los primeros años de la
centuria, cifra que irá en aumento a medida que avance el siglo. Y todo
ello sucedía mientras se ampliaba el horizonte y un nuevo Mundo se abría
ante los europeos. América se presentará ante los trujillanos como una
tierra de promisión, un destino tentador hacia donde dirigir sus pasos a
través de un océano que más que separar, unirá.
La
historia de la exploración, de la conquista y la colonización de
América estará unida para siempre al nombre de esta ciudad. Los
trujillanos participaron en los episodios más sobresalientes y decisivos
del descubrimiento y conquista del nuevo continente, proporcionando un
importante número de líderes durante los primeros años de contacto.
Originarios de Trujillo como Francisco Pizarro, Francisco de Orellana,
Alonso de Hinojosa, Diego García de Paredes, Gaspar de Carvajal,
Francisco y Gonzalo de las Casas, junto a otros apellidos como Chaves,
Monroy, Altamirano o Calderón, salpican una y otra vez las páginas de la
historia de América. Exploradores y conquistadores trujillanos,
"devoradores de distancias", recorrerán los vastos territorios
americanos y pondrán su espada al servicio de la Corona con el deseo de
ganar honra, conseguir hacienda y dejar fama. Junto a ellos, hombres,
mujeres y niños, familias enteras trujillanas, decidieron emprender la
aventura de la emigración iniciando una nueva vida lejos de esta tierra
en otra mucho más vasta que les ofrecía numerosas oportunidades.
Y
si el nombre de Trujillo quedó impreso para siempre en la nueva
toponimia americana, era también natural que América produjera en
Trujillo un impacto más directo, visible e inmediato que en cualquier
otro núcleo extremeño. El flujo de nuevas riquezas llegadas a Trujillo
se dejó sentir en el urbanismo al financiar la edificación de enormes
palacios y casas solariegas, posibilitando la construcción de capillas y
hospitales. Las fortunas que los indianos trajeron fueron también
invertidas en tierras y les permitió la compra de cargos concejiles así
como poder convertirse en señores al comprar algunos de los lugares
puestos a la venta por la Corona.
A
diferencia de los Reyes Católicos y de los anteriores monarcas, tanto
Carlos I como Felipe II cambian las mercedes por las ventas y Trujillo
asiste a la pérdida de una parte de su amplísimo alfoz a raíz de los
problemas hacendísticos de la Corona. En 1538, Cañamero y Berzocana
compran su independencia a través de cartas de villazgo, ejemplo seguido
en 1564 por el lugar de Garciaz. Unos años antes, a través del obispo
placentino, Gutierre de Vargas y Carvajal, vecinos notables de Trujillo,
entre los que se encontraba algún regidor del concejo y reputados
“peruleros”, adquirían de la Corona un considerable lote de lugares de
la jurisdicción trujillana.
Esta
gran operación desamortizadora, que arrebata a Trujillo algunas de las
aldeas más importantes de su tierra, tendría su continuación en el siglo
XVII, con la enajenación de otros siete lugares. Frente a ello, fue
inútil que Trujillo se movilizara con las únicas armas de que disponía:
la diplomacia y el dinero. Ni una ni otra sirvieron y los cuantiosos
gastos realizados por la ciudad para salvaguardar su patrimonio se
unirán a las continuas exigencias que desde la Corona se efectúan a
Trujillo para contribuir a los gastos de las interminables guerras en
las que se ve inmerso el reino.
Las
dificultades económicas de la Corona fueron también la causa directa de
algunos importantes cambios experimentados en el cabildo municipal.
Desde 1543, los cargos concejiles fueron puestos a la venta y pasaron a
ser detentados en propiedad. Las regidurías se convierten en vitalicias e
incluso se transmiten de padres a hijos. Los tres principales linajes
que habían controlado el cabildo habrán de aceptar la entrada de
"intrusos" en el gobierno municipal.
Los
siglos siguientes supusieron para Trujillo el comienzo de una larga
crisis urbana y económica. Su población desciende y su hacienda se ahoga
ante los gastos que supuso la defensa de su patrimonio territorial, las
guerras con Portugal (1640-1668) y los enormes esfuerzos que se
exigieron de la ciudad y su territorio en hombres y dinero. Esta tierra
fue lugar de aprovisionamiento y paso obligado de hombres y pertrechos
militares, especialmente por su localización sobre el camino real que
conducía a la plaza de armas más importante de la raya: Badajoz. Luego,
la guerra en Cataluña y contra Francia traerán nuevas exigencias, a las
que Trujillo responde enajenando parte de su importante patrimonio.
La
compra del voto en Cortes en 1653 (compartido con otras ciudades
extremeñas) tampoco solucionó los problemas de una tierra que vio
inaugurar el siglo XVIII con una nueva guerra, la de Sucesión al trono
español. De nuevo Trujillo se convertía en paso obligado de soldados,
tropas y pertrechos militares, ocasionando más ruina y desolación.
Quienes pasaron por la ciudad en la centuria del XVIII nos hablan de
calles semidesiertas, casas caídas y ruina de muchos de sus edificios.
A
comienzos del siglo XIX, cuando en el horizonte comenzaba a atisbarse
el conflicto que trastocaría la vida de los españoles, Trujillo se
erigía en cabecera de un amplio territorio en el que se entremezclaban
diferentes entidades administrativas, tanto de índole civil como
militar. De los ocho Partidos que configuraban la Provincia de
Extremadura, la ciudad de Trujillo se erigía en cabecera del Partido de
Trujillo, la nueva unidad político-administrativa surgida en el siglo
XVIII como consecuencia de las reformas acometidas en España por la
dinastía borbónica.
Durante
la Guerra de Independencia, Trujillo es el ejemplo de un municipio
invadido, arrasado y destruido varias veces por unos enemigos que lo
ocuparon durante más de once meses a lo largo de toda la guerra. En
muchas zonas de la ciudad no quedó piedra sobre piedra, y el proceso de
reconstrucción se alargaría a lo largo del XIX, aunque algunas de sus
heridas persistirían hasta bien entrado el siglo XX.
Trujillo
vivirá los siglos XIX y XX intensamente. Los procesos desamortizadores y
los diversos cambios políticos que jalonan el siglo XIX marcarán la
aparición de nuevos grupos económicos que, desde el corazón de la ciudad
o llegados de otras zonas del país, conformarán una sociedad en parte
diferente a la de siglos anteriores. Son siglos que nos hablan de la
capacidad de sus habitantes y regidores y del papel que Trujillo tendrá
en el contexto regional.
Lentamente,
Trujillo se irá configurando como un amplio centro comarcal, si bien
perdiendo importancia frente a otras poblaciones que consiguen un mayor
peso institucional y político tras la configuración de la estructura
provincial de 1833 y la instalación del ferrocarril en un recorrido que
dejaba a Trujillo al margen de los nuevos ejes de comunicaciones. Pese a
ello, Trujillo luchará por conseguir dotarse de los servicios de una
ciudad moderna (traída de agua en 1899) o instalaciones que reforzaran
su importancia institucional (instalación en Trujillo de uno de los
cuatro Colegios Preparatorios Militares creados en 1888 para el ingreso
en las academias militares).
A
lo largo del siglo XX, Trujillo terminará por conformarse como un gran
centro comarcal de servicios y con una orientación claramente agraria y
ganadera. Al igual que el resto de la región, los procesos migratorios
de los años 60 tendrán también su reflejo en una ciudad que pasará de
tener 12.610 habitantes en 1940 a 9.445 en 1981.
Con
la recuperación de la democracia y el desarrollo del Estado Autonómico,
Trujillo ha encontrado nuevos referentes en un mapa regional cambiante
en cuanto a centros de decisión y en un mapa económico regional y local
igualmente redefinido.
El viejo camino real entre Madrid y Badajoz es
hoy autovía, reubicando a Trujillo y acercándolo a los grandes núcleos
de población nacional y regional. Su riqueza patrimonial se refuerza
como activo turístico y el sector servicios gana una presencia
significativa.
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