sábado, 26 de septiembre de 2015

 
 HISTORIA DE TRUJILLO
 
Castillo de Trujillo
 
 La Historia de Trujillo es el resultado de generaciones, pueblos diversos,  sentimientos encontrados que a lo largo del tiempo han construido una realidad en un amplio territorio en el que esta ciudad se erigió como núcleo principal y centro rector.

La naturaleza de ese territorio  es fundamental para entender la elección de dicho enclave como asentamiento ya en tiempos prehistóricos. Los restos arqueológicos hablan de una ocupación temprana de esta zona. Puntas de flechas magdalenienses, perforadores, hachas pulimentadas y pinturas esquemáticas, algunas incluso en el propio berrocal, nos hablan de la presencia humana en épocas prehistóricas, aunque no supongan pruebas indiscutibles de la ocupación permanente de este núcleo. Las condiciones inmejorables que algunos enclaves cercanos ofrecen para la defensa debido al encajamiento de la red hidrográfica, hace que encontremos en zonas del cercano río Almonte y de algunos de sus afluentes una gran concentración de asentamientos denominados castros, situados en auténticas fortalezas naturales. El batolitito granítico de Trujillo, más abierto y romo, constituye sin embargo un otero privilegiado cuando se trata de dominar un territorio de mayor amplitud. Además de abundante material de construcción, atesora una importante cantidad de agua que hace posible el establecimiento de población y en sus vaguadas, junto a los manantíos, la vivacidad de las plantas herbáceas resulta clave para el aprovisionamiento del ganado.


Palacio Juan Pizarro de Orellana
PALACIO JUAN PIZARRO DE ORELLANA
 
Quizás sea durante la ocupación romana cuando Trujillo prevalece sobre otros asentamientos de su entorno, desconociendo su función dentro de la estructura militar y administrativa de la provincia lusitana en la que se enmarca. Algunos estudios sitúan a Trujillo dentro de la colonia Emerita como praefectura, y aparece, con el nombre de Turgalium o Turcalion, en la calzada que une Emerita con Caesaraugusta. Son numerosos los restos romanos presentes en el entorno trujillano y en los núcleos cercanos (Villamesías, Santa Cruz, Herguijuela...) que conformarán su territorio, lo que nos indicaría un grado de poblamiento que tendrá su continuidad en época visigoda y en los siglos posteriores.

A partir de la ocupación musulmana, el carácter defensivo de Trujillo se hace más patente. En época califal se construye una gran parte de la fortaleza, los aljibes que en su interior y en la ciudad intramuros encontramos hoy, y quizás también una parte importante de su muralla.  



Junto a los restos arqueológicos, las fuentes árabes nos hablan también de esta pervivencia del núcleo trujillano y de las características defensivas que hacen de él un enclave a tener en cuenta en el dominio de la penillanura. Perteneciente a la cora de Mérida, la medina Turyila (en otros momentos Taryalah o Turyaluh) es calificada por al-Himyari, recogiendo fuentes anteriores, como inexpugnable, con murallas y mercados activos. También sus habitantes parecen tener en la actividad militar contra los territorios cristianos una de sus orientaciones principales. El geógrafo al-Idrisi, al referirse a Trujillo, nos dice que «esta última villa es grande y parece una fortaleza. Sus muros están sólidamente construidos y hay bazares bien provistos. Sus habitantes, tanto jinetes como infantes, hacen continuas incursiones en el país de los cristianos. Ordinariamente viven del merodeo y se valen de ardides».  

Iglesia de Santa María la Mayor
IGLESIA DE SANTA MARIA LA MAYOR
Su control, junto con el de otras fortalezas cercanas, será considerado esencial a medida que la frontera se acerque al Tajo, y así, Trujillo pasará a poder cristiano y musulmán en diversos momentos (tomada por Gerardo Sempavor en 1165, dominada por Fernando Rodríguez de Castro hasta la incorporación a Castilla, por Alfonso VIII, en 1185, y recuperada por los almohades en 1196). Reconquistadas por Alfonso IX de León las villas de Cáceres, Montánchez, Mérida y Badajoz, permanece en poder musulmán una franja en la mitad de la Extremadura actual, franja en la que se sitúa Trujillo y la tierra que posteriormente le sería concedida.

El paso definitivo a poder cristiano tiene lugar en 1232, con la confluencia ante los muros trujillanos de tropas de las órdenes Militares de Alcántara, Santiago, el Temple y Hospitalarios, a los que se sumó el obispo de Plasencia, que reafirma con su presencia sus derechos a una ciudad englobada en la diócesis placentina según su Bula de creación (1189), con amplios territorios y, por tanto, con importantes ingresos para las arcas obispales.

Tras el definitivo paso a poder cristiano, se define el territorio concedido a Trujillo y sobre el que ejercerá su señorío. Un amplio alfoz delimitado al norte y noroeste por el río Almonte, al sur por el Guadiana y el Gargáligas, mientras que por el este, el río Tamuja marca los límites con las tierras cacereñas. Plasencia, Cáceres, las Órdenes militares de Santiago y Alcántara, Medellín y las tierras de Toledo y Talavera conforman las jurisdicciones vecinas de Trujillo, con las que pronto establecerá cartas de vecindad o amojonamiento de límites.

Sobre este enorme territorio, que incluye un importante número de núcleos más o menos poblados, Trujillo va a ejercer un señorío jurisdiccional en ocasiones férreo y siempre favorecedor para la propia ciudad y sus habitantes, frente a los intereses del término y sus pobladores. En 1485, veintidós son las aldeas dependientes de Trujillo, a las que hay que sumar algunos núcleos menores. De su tierra se habían desgajado ya parte de los términos concedidos al Monasterio de Guadalupe y las villas de Cabañas, Orellana la Vieja y Orellana de la Sierra. 

El reparto de tierras sigue a la ocupación del territorio y configura la consiguiente estructura de la propiedad, que no sufrirá importantes cambios en los siglos siguientes. Surge así un grupo de grandes propietarios que, habiendo participado o no en la toma de Trujillo, serán los principales beneficiarios de concesiones territoriales en el término, al mismo tiempo que se configura y consolida un importante patrimonio territorial del propio concejo, constituido por tierras comunales y de propios, tierras esenciales para las economías campesinas de los habitantes del término y de la propia ciudad y fuente esencial de los ingresos concejiles.

El arrendamiento de las dehesas de propios, las llamadas "caballerías", suponen la base esencial de las rentas del concejo, empleadas en obras públicas, mantenimiento de la infraestructura administrativa del concejo y servicios asistenciales a los habitantes de Trujillo. Con ellas se cubren los salarios de aquellos oficios necesarios en la ciudad o se subvencionan determinados productos de consumo esencial con precios asequibles. La ciudad se encuentra así dotada de unos servicios que le confieren una entidad que en otros concejos ha de ser costeada por sus habitantes.
 
Por ello Trujillo crece y desborda el recinto amurallado ya desde el siglo XIV. El crecimiento del arrabal en torno a la iglesia de San Martín marca el principio de un basculamiento del peso económico e institucional desde la villa amurallada a la plaza llamada entonces del arrabal, en la que, al menos desde 1418, se sitúan ya las casas del concejo.

Los ricos ingresos de la hacienda concejil permiten reparar los muros, mantener las fuentes, aljibes y alberca, adornar con ricas puertas los cuatro principales accesos al recinto amurallado (las puertas de Santiago, Santa Cruz -hoy San Andrés-, Fernán Ruiz -hoy del Triunfo- y San Juan, que junto a las de Coria y Alba permitían el acceso a la villa), empedrar las calles, ayudar en la construcción de los conventos y monasterios que aparecen en la ciudad, pagar los festejos que a lo largo del año o con motivos especiales alegran la vida de los trujillanos y acudir en ayuda de la Corona cada vez que reclame el apoyo de Trujillo.

Porque desde 1232, Trujillo pasa a depender directamente de la Corona como concejo de realengo, situación que asegura la concesión a la entonces villa del Fuero Real por Alfonso X. Villa de realengo primero y ciudad de la Corona después, a partir de la concesión en 1430 de este título por parte de Juan II y que permanecerá como posesión de la Corona a pesar de algunos intentos de señorialización (concesión a Álvaro de Zúñiga en 1469 y a Juan Pacheco en 1474).

Museo de la Coria
MUSEO DE LA CORIA
Una villa y ciudad cuyo gobierno aparece controlado desde su reconquista por unos grupos que suman este poder político al económico como grandes propietarios de tierras y ganados. Las familias que componen esta oligarquía aparecen organizadas en torno a tres linajes en los que se integran por razones de parentesco, clientelismo o simple tradición: Altamirano (donde se integran, entre otros, los Orellana -señores de Orellana la Vieja-, Chaves, Hinojosa, Calderón, Paredes, Gironda, Monroy o Sotomayor), Bejarano (con apellidos como Orellana -señores de Orellana de la sierra-, Vargas, Carvajal o Loaysa) y Añasco (con Tapia, Escobar, Pizarro o Corajo). En sus manos está el gobierno del concejo cuyos cargos se renuevan cada dos años el día de San Andrés, correspondiendo la mitad de los cargos concejiles a familias Altamirano, la cuarta parte a los Bejarano y la cuarta parte a los Añasco. Esta división en linajes suponía una división vertical que acaba organizando la totalidad de la sociedad medieval de Trujillo, integrando en ella a los miembros de las dos minorías religiosas presentes en la ciudad, judíos y moros, y tejiendo una complicada red de relaciones que se ponen de manifiesto en aquellos momentos críticos en que es necesario tomar partido -como sucede durante la guerra civil que enfrenta a los partidarios de Juana la Beltraneja e Isabel- o cuando se reclama la solidaridad de todo el linaje por enfrentamientos personales.
 
Pero en la vida diaria de la mayor parte de los habitantes de la ciudad, el trabajo es la ocupación fundamental y con él hacen de Trujillo un núcleo en ebullición en el que el mercado franco de los jueves (concedido por Enrique IV en 1465) se convierte en el centro económico del núcleo y de su entorno, tradición mantenida en el tiempo hasta nuestros días. 

La entrada en el periodo moderno supuso para Trujillo un tiempo brillante de dinamismo y prosperidad. Durante la primera mitad del siglo XVI y gran parte de la segunda, la población aumentó considerablemente, incidiendo aún más en el aspecto urbano de la ciudad. Las fuentes señalan algo más de 5.000 habitantes durante los primeros años de la centuria, cifra que irá en aumento a medida que avance el siglo. Y todo ello sucedía mientras se ampliaba el horizonte y un nuevo Mundo se abría ante los europeos. América se presentará ante los trujillanos como una tierra de promisión, un destino tentador hacia donde dirigir sus pasos a través de un océano que más que separar, unirá.

La historia de la exploración, de la conquista y la colonización de América estará unida para siempre al nombre de esta ciudad. Los trujillanos participaron en los episodios más sobresalientes y decisivos del descubrimiento y conquista del nuevo continente, proporcionando un importante número de líderes durante los primeros años de contacto. Originarios de Trujillo como Francisco Pizarro, Francisco de Orellana, Alonso de Hinojosa, Diego García de Paredes, Gaspar de Carvajal, Francisco y Gonzalo de las Casas, junto a otros apellidos como Chaves, Monroy, Altamirano o Calderón, salpican una y otra vez las páginas de la historia de América. Exploradores y conquistadores trujillanos, "devoradores de distancias", recorrerán los vastos territorios americanos y pondrán su espada al servicio de la Corona con el deseo de ganar honra, conseguir hacienda y dejar fama. Junto a ellos, hombres, mujeres y niños, familias enteras trujillanas, decidieron emprender la aventura de la emigración iniciando una nueva vida lejos de esta tierra en otra mucho más vasta que les ofrecía numerosas oportunidades.

Y si el nombre de Trujillo quedó impreso para siempre en la nueva toponimia americana, era también natural que América produjera en Trujillo un impacto más directo, visible e inmediato que en cualquier otro núcleo extremeño. El flujo de nuevas riquezas llegadas a Trujillo se dejó sentir en el urbanismo al financiar la edificación de enormes palacios y casas solariegas, posibilitando la construcción de capillas y hospitales. Las fortunas que los indianos trajeron fueron también invertidas en tierras y les permitió la compra de cargos concejiles así como poder convertirse en señores al comprar algunos de los lugares puestos a la venta por la Corona.

A diferencia de los Reyes Católicos y de los anteriores monarcas, tanto Carlos I como Felipe II cambian las mercedes por las ventas y Trujillo asiste a la pérdida de una parte de su amplísimo alfoz a raíz de los problemas hacendísticos de la Corona. En 1538, Cañamero y Berzocana compran su independencia a través de cartas de villazgo, ejemplo seguido en 1564 por el lugar de Garciaz. Unos años antes, a través del obispo placentino, Gutierre de Vargas y Carvajal, vecinos notables de Trujillo, entre los que se encontraba algún regidor del concejo y reputados “peruleros”, adquirían de la Corona un considerable lote de lugares de la jurisdicción trujillana.

Esta gran operación desamortizadora, que arrebata a Trujillo algunas de las aldeas más importantes de su tierra, tendría su continuación en el siglo XVII, con la enajenación de otros siete lugares. Frente a ello, fue inútil que Trujillo se movilizara con las únicas armas de que disponía: la diplomacia y el dinero. Ni una ni otra sirvieron y los cuantiosos gastos realizados por la ciudad para salvaguardar su patrimonio se unirán a las continuas exigencias que desde la Corona se efectúan a Trujillo para contribuir a los gastos de las interminables guerras en las que se ve inmerso el reino.

Las dificultades económicas de la Corona fueron también la causa directa de algunos importantes cambios experimentados en el cabildo municipal. Desde 1543, los cargos concejiles fueron puestos a la venta y pasaron a ser detentados en propiedad. Las regidurías se convierten en vitalicias e incluso se transmiten de padres a hijos. Los tres principales linajes que habían controlado el cabildo habrán de aceptar la entrada de "intrusos" en el gobierno municipal.

Los siglos siguientes supusieron para Trujillo el comienzo de una larga crisis urbana y económica. Su población desciende y su hacienda se ahoga ante los gastos que supuso la defensa de su patrimonio territorial, las guerras con Portugal (1640-1668) y los enormes esfuerzos que se exigieron de la ciudad y su territorio en hombres y dinero. Esta tierra fue lugar de aprovisionamiento y paso obligado de hombres y pertrechos militares, especialmente por su localización sobre el camino real que conducía a la plaza de armas más importante de la raya: Badajoz. Luego, la guerra en Cataluña y contra Francia traerán nuevas exigencias, a las que Trujillo responde enajenando parte de su importante patrimonio. 

La compra del voto en Cortes en 1653 (compartido con otras ciudades extremeñas) tampoco solucionó los problemas de una tierra que vio inaugurar el siglo XVIII con una nueva guerra, la de Sucesión al trono español. De nuevo Trujillo se convertía en paso obligado de soldados, tropas y pertrechos militares, ocasionando más ruina y desolación. Quienes pasaron por la ciudad en la centuria del XVIII nos hablan de calles semidesiertas, casas caídas y ruina de muchos de sus edificios. 
 
A comienzos del siglo XIX, cuando en el horizonte comenzaba a atisbarse el conflicto que trastocaría la vida de los españoles, Trujillo se erigía en cabecera de un amplio territorio en el que se entremezclaban diferentes entidades administrativas, tanto de índole civil como militar. De los ocho Partidos que configuraban la Provincia de Extremadura, la ciudad de Trujillo se erigía en cabecera del Partido de Trujillo, la nueva unidad político-administrativa surgida en el siglo XVIII como consecuencia de las reformas acometidas en España por la dinastía borbónica. 

Durante la Guerra de Independencia, Trujillo es el ejemplo de un municipio invadido, arrasado y destruido varias veces por unos enemigos que lo ocuparon durante más de once meses a lo largo de toda la guerra. En muchas zonas de la ciudad no quedó piedra sobre piedra, y el proceso de reconstrucción se alargaría a  lo largo del XIX, aunque algunas de sus heridas persistirían hasta bien entrado el siglo XX.

Trujillo vivirá los siglos XIX y XX intensamente. Los procesos desamortizadores y los diversos cambios políticos que jalonan el siglo XIX marcarán la aparición de nuevos grupos económicos que, desde el corazón de la ciudad o llegados de otras zonas del país, conformarán una sociedad en parte diferente a la de siglos anteriores. Son siglos que nos hablan de la capacidad de sus habitantes y regidores y del papel que Trujillo tendrá en el contexto regional.

Lentamente, Trujillo se irá configurando como un amplio centro comarcal, si bien perdiendo importancia frente a otras poblaciones que consiguen un mayor peso institucional y político tras la configuración de la estructura provincial de 1833 y la instalación del ferrocarril en un recorrido que dejaba a Trujillo al margen de los nuevos ejes de comunicaciones. Pese a ello, Trujillo luchará por conseguir dotarse de los servicios de una ciudad moderna (traída de agua en 1899) o instalaciones que reforzaran su importancia institucional (instalación en Trujillo de uno de los cuatro Colegios Preparatorios Militares creados en 1888 para el ingreso en las academias militares). 

A lo largo del siglo XX, Trujillo terminará por conformarse como un gran centro comarcal de servicios y con una orientación claramente agraria y ganadera. Al igual que el resto de la región, los procesos migratorios de los años 60 tendrán también su reflejo en una ciudad que pasará de tener 12.610 habitantes en 1940 a 9.445 en 1981. 

Con la recuperación de la democracia y el desarrollo del Estado Autonómico, Trujillo ha encontrado nuevos referentes en un mapa regional cambiante en cuanto a centros de decisión y en un mapa económico regional y local igualmente redefinido.

El viejo camino real entre Madrid y Badajoz es hoy autovía, reubicando a Trujillo y acercándolo a los grandes núcleos de población nacional y regional. Su riqueza patrimonial se refuerza como activo turístico y el sector servicios gana una presencia significativa.
 
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